Vivir al otro lado del río, entre frutales y tierra de regadío, siempre ofreció privilegio. Sobre todo para quien desde niña, recreaba fantasías acunadas entre prolongados silencios.
Pero si había una época del año que resultaba especialmente fascinante era la primavera. Aquel despertar entre aromas de azahar y claridad deslumbrante, reservaba para los sentidos un sublime galardón.
Mamá escogía y limpiaba cuidadosa, las hojas de limonero más lustrosas esqueleto natural del paparajote.  Había que corresponder como»gente de huerta» que éramos a aquella joven polaca llegada del brazo del hermano viajero que supo apreciar eternamente hechizo envuelto en postre.
Gloria Cantero