Vi en el mostrador una vitrina con variados pasteles y dulces, así que cuando volvió el camarero le pedí sin especificar "tráigame de esos". No distinguí aquellas cosas negruzcas afritadas y con polvos blancos por encima, pero después de medio siglo trotando por el mundo no me sorprendía ya nada de lo que comía. Cuando lo metí en la boca y mis dientes apretaron la hoja de limonero, fue como una explosión de recuerdos. De pronto recordé a mi abuela friéndolos y las risas y las alegrías que invadían a todos, lo fácil y sencillo que eran las cosas. Aquel sabor entre exquisito y nostálgico hizo que salieran mis lagrimas, "paparajote". Joaquín
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