En el paisaje humilde y rudo de los campos del Noroeste murciano, en la soledad de piedras que siembran las laderas de los montes, o en las huertas formadas por remiendos de bancales, viven, trabajan, aman, lloran y ríen las entrañables gentes que habitan este libro. Son personas sencillas, de las que nunca quedará noticia; ajenas al relámpago de gestas memorables, pero con almas hondas que sufren el dolor, que tanto les visita, y sienten la ternura de ver nacer a un niño, a un cordero, a un ave… Y aman con corazón callado, sin casi proclamarlo. Así encontramos a Petra la Piconera, protegiendo a sus hijos, aunque tuviese que escudarse en la mentira; a la mujer del Púa, soportando su función de esposa sometida; a los hermanos del río, luchando contra la naturaleza; a Julián, forjando su orgullo a golpes de azadón… Entre ellos nos encontramos también a Fidel y Antoñita, defendiendo su amor de feria; a Perico el Tonto, buscando cariño ansiosamente; a doña Mercedes, resistiéndose a admitir su soledad; a las hermanas Matilde y Teresita, ganándose el cielo entre pucheros; a la hija del molinero, devorado su amor por los lobos… Y, finalmente, al “hombre de la penicilina”, una especie de mago llegado de la civilización, empeñado en vencer dificultades y peligros para salvar a enfermos y enamorados.