Fuensanta tiene ochenta años, viuda, menuda y saludable. De sonrisa bonachona. Sin estudios, pero con inteligencia natural.

Vive en la huerta, la conocen por la tía Santa. Tiene unos limoneros, envidia de todos.

–  ¿Cómo tienes así los limoneros?

–  Les canto todas las mañanas, son como mis hijos.

Cuando sus nietos van a comer, ella elige las hojas más hermosas de éstos y les prepara unos paparajotes que quitan las penas.

–  Abuela, los paparajotes ya están en el diccionario –le dice la universitaria.

–  ¡Jesús! Juraría que los había dejado en la fuente de siempre.

Lucía Abadía Giménez 

 

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