La canela me embadurna la comisura de los labios. El ansia me invade. El aroma de la hoja de limonero,
al resbalar entre mis dientes, se esparce a mi alrededor. Mis ojos bizquean al vigilar la masa 
mordida. Después saltan al cuerpo tendido de ella. El pulso me tiembla. Descubro una pequeña mancha de
sangre entre el azúcar. La ignoro. Sigo devorando con un masticar ruidoso. Desvío de nuevo la vista 
hacia el cuerpo tendido. La quería, no puedo decir que no. Pero nadie prueba mi paparajote. ¡Hasta ahí 
podíamos llegar!


Pablo de Aguilar González


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