Permítame que recorra su hacienda los próximos días. ¡Solo con la imaginación, por supuesto! 
Durante mi estadía en usted pretendo conocer todo lo suyo. De forma recíproca, abriré yo mi cuarto
a su curiosidad. Poco a poco nos iremos entendiendo mejor, con la intimidad que nos conceda la luz 
difuminada de una única pieza y dos soledades que se encuentran. Hagamos de nuestras habitaciones
separadas un aposento común. Tal vez de esta manera llene el terror toda la estancia”.
El joven se decidió por fin, no sin cierto temor. El tiempo pasa y, al principio, nada es lo que 
parece. Alargó la mano y acarició con dulzura su piel antes de cogerlo. Después pasó las primeras 
hojas y se adentró en la lectura del libro. La Estancia de Villa Diodati comenzó su historia. 

Fuera se escuchaba el estruendo de una gran tormenta.


Nada

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