Nada se antoja casual –y no lo es– en la disposición de un buen libro. Así que yo propondría que iniciásemos la lectura de Un hombre solo fijándonos en el primer y en el último versos del poema inicial («Amó lo prohibido y castigado fue por ello […] y entregó su paz a cambio»). Creo que ahí se puede encontrar la clave íntima de este volumen, porque Pascual García nos invita en estas páginas a que entremos en un período acre de su vida, una franja de meses en la que experimentó la soledad, el vacío y, tal vez, la penitencia que sucede a un pecado. Y no utilizo ese vocablo religioso o existencial de forma arbitraria. Él mismo repite en muchos de los versos, incansablemente, palabras como «crimen», «atropello» y «culpa», aunque también advierte (y advierte de) que no fue el único actor protagonista en esa trama amarga de aislamiento, decepción, frialdad y abandono. Pero volvamos a los dos versos que citaba al principio. «Lo prohibido» supone aceptar un anhelo, abalanzarse hacia una búsqueda y asumir un riesgo. De esa exploración (nos dice) se derivó un castigo, que el poeta asimila entregando su «paz», es decir, su insatisfactoria normalidad doméstica, su laxitud gris. Para salir de una cárcel hay que romper (nos insinúa) barrotes, y esa operación implica roturas y rupturas, destrozos y heridas, desaires y melancolías.
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