Recuerdo a mi abuela alargando su mano huesuda hacia mi cara ofreciéndome un paparajote y mi negativa inmediata a aceptarlo haciendo un mohín eléctrico. No entendía qué clase de irresponsabilidad movía a mis familiares a comer con tanta fruición aquel postre que siempre hacía mi abuela. De hecho sufría al verlos comer. Y me encerraba corriendo en mi habitación esperando la mala noticia. Yo también los había probado antes y me gustaban mucho pero desde que mi pobre abuelo murió víctima de eso, de un paparajote, temía por mi vida y por la de los que los comían. Manuel Nicolás Andreu
Volver a Concurso de Microrrelatos “Paparajote” >>